Alberto Conde Flores*
Al inicio de la década de los noventa del siglo pasado, cuando fui estudiante de antropología social, escuché de uno de mis profesores, el Dr. Severo Martínez, más o menos lo siguiente: Los estudiantes de antropología y sus maestros, van a las vecindades, llevan sus cuadernos, hablan con la gente, escriben lo que oyen y ven, describen la vecindad; ¡creen que hacen antropología! Como suele ocurrir, cuando uno es educando, en ese momento no entendí qué quería inculcarnos el Dr. Martínez. Tuvieron que pasar varios años para que comprendiera sus palabras.
En ciencia social se enseña que la teoría social va de la mano con la investigación, un binomio complicado de conjugar, donde lo importante es la teoría, el problema, la empiria, el diálogo con autores y conceptos. Ahí se dice que el problema de investigación es un problema teórico y que las ciencias sociales, al menos la sociología y la antropología social, son primordialmente teóricas, es decir, hacen teorías. Las ciencias sociales son un cúmulo de disciplinas que tienen por objeto trabajar en torno a la sociedad humana y el quehacer de la misma desde ópticas distintas; en este sentido, es común ver estudios sobre colectivos y/o individuos en los que se consideran aspectos psicológicos, sociales, culturales, ambientales, económicos, históricos, políticos, etc., en espacios y tiempos particulares, con características propias de determinados escenarios.
Cabe aclarar que existen, por un lado, disciplinas orientadas a la ciencia aplicada, es decir, intervienen directamente en la realidad social, fundamentalmente para coadyuvar en la resolución de situaciones calificadas como problemas sociales; por otro, hay disciplinas que obtienen y/o generan conocimiento del mundo social, mediante el uso de la teoría y la empiria, intentando responder al por qué de algunas realidades, lo que se conoce como ciencia pura o básica. Este escrito visualiza el entorno donde operan las segundas, es decir, cómo es el ámbito donde se espera que se genere teoría.
Actualmente existe una inquietud emanada de la epistemología: en las ciencias sociales, al día de hoy, impera un pragmatismo adoctrinante y dogmático, expandido en todas las disciplinas sociales que hacen ciencia básica; donde académicos y estudiantes creen que deben ser gestores, en atención a una especie de moda que dice que la teoría sólo son ideas brillantes.
El dominio ideológico es tal, que la frase la ciencia debe de servir para algo se ha convertido en el caballito de batalla de los que consideran que intervenir en la realidad lo es todo, máxime si se habla de ciencias sociales; lo peor, es que algunos profesan que ese debe ser el objeto de las disciplinas sociales. Con lo que, varias disciplinas, instituciones educativas y organismos gubernamentales y civiles lo llevan casi como eslogan empresarial. Por tal motivo, las ciencias sociales deben aportar a la sociedad; en esta lógica éstas deben de ser productivas, no mantenerse ociosas en la acción de pensar y de generar conocimiento.
Esta mala percepción de la ciencia básica, se inculca, se implanta, desde la formación en los nóveles investigadores sociales, quienes reproducen dicho esquema; teniendo a nuevos sociólogos y antropólogos sociales, por ejemplo, inmersos en actividades socio–antropológicas colaboradoras para llevar el desarrollo a las comunidades donde éste no ha llegado. Con lo que la tarea de generar teorías, presumo, está quedado en el olvido.
Diversos autores han manifestado su preocupación al respecto, por ejemplo Lizardo en: The end of the theorists: The relevance, opportunities, and pitfalls of theorizing in sociology today –de quien se toma la idea para el título de este escrito– y Boron en: A social theory for the 21st century. Ambos autores expresan que existe un contexto anti–teorético producto de un sistema ideológico socio–económico global, donde se generó un racionalismo tecnócrata que implica que todo debe tener una utilidad, un fin productivo, algo que se pueda y deba consumir (producto–consumo). En este contexto, a decir de Boron, hay una serie de elementos que conducen el andar de las ciencias sociales y de la teoría social; donde se resalta el papel que desempeña el Estado, el gobierno, las instituciones, la educación, las políticas, y los organismos nacionales e internacionales, a través de las entidades financiadoras para el ejercicio de la ciencia y la formación de los nuevos cuadros científicos.
Con ello, se puede pensar que no es casual que existan líneas prioritarias financiables y otras que carezcan de importancia para el Estado y el gobierno; por lo que se exige a las ciencias sociales “le echen la mano” al Estado, y a sus intereses, mediante los condicionamientos (qué se quiere y cómo se quiere) en las diversas convocatorias que apoyan a la investigación.
Esta ideología ha permeado las disciplinas sociales, las cuales se han convertido en unitarias y pragmáticas, obstáculo epistemológico a decir de Bachelard; el obstáculo es un contexto donde se propician ciertas condiciones psicológicas en el progreso de la ciencia, en él está implícito lo simplista, los deseos inconscientes; ya que el espíritu prefiere lo que confirma su saber versus lo que lo contradice, se decanta por las respuestas en contra de las preguntas, se contesta sin existir cuestionamiento; lo que conlleva al bloqueo de la búsqueda del pensamiento y a la nula construcción del conocimiento.
La resultante del modelo, según varios reportajes de La Jornada, es que los egresados de licenciatura, maestría y/o doctorado no sólo no encuentran trabajo o están en un trabajo precario, sino que no saben leer, desconocen cómo buscar información, cómo acercarse a un texto, cómo comprender un escrito, cómo redactar ideas propias, entre otros detalles que son evidentes en nuestros jóvenes investigadores.
Ante esto, la posición que han asumido las Instituciones de Educación Superior es de pasividad y aceptación de las políticas que emanan de las cúpulas que exigen que las ciencias sociales sean útiles; por lo que ahora los planes de estudio y las carreras universitarias están enfocadas a los lineamientos que la tecnocracia marca como prioritarios. De ahí que, como ya ha publicado La Jornada, los cargos directivos de los centros hacedores de ciencia los ocupan los administradores que condicionan, no que propician la investigación.
Por supuesto, Tlaxcala no está ajena a este contexto; en 2012–2013, existían 23 instituciones de educación superior que ofertaban licenciaturas, maestrías y/o doctorados; de éstas, en ciencias sociales (pensando en ciencia básica, en investigación científica pura), sobresalen: El Colegio de Tlaxcala que ofrece tres maestrías y un doctorado, el eje es el desarrollo regional; y la Universidad Autónoma de Tlaxcala que ofrece tres licenciaturas (antropología, historia, sociología), tres maestrías (ciencias sociales, historia, análisis regional) y tres doctorados (ciencias sociales, educación y derecho). Es cierto que existen otras disciplinas de las ciencias sociales, tanto en la Autónoma de Tlaxcala como en el resto de las instituciones; sin embargo, en una somera revisión a los planes de estudio, mostrados en los sitios de internet de los organismos académicos, es evidente el carácter de ciencia aplicada que tienen; por ejemplo: educación, derecho y administración, por cierto las disciplinas más ofertadas en el estado de Tlaxcala. Con esto se puede decir que no hay espacios donde se formen científicos sociales generadores de teorías.
A pesar de que la tendencia en Latinoamérica apunta al incremento en la oferta universitaria y en la matrícula de la educación superior, por supuesto México y Tlaxcala están presentes en este concierto, paradójicamente también se registra un índice muy bajo cuando se habla de la relación científicos–habitantes. En el país, este dato ni siquiera alcanza para un científico por cada mil habitantes, ya que se tienen entre dos y cinco veces menos investigadores que en los países de similar desarrollo; en este rubro, Conacyt, en 2013, reportaba un total de 25 mil 392 científicos en México, de los cuales sólo 4 mil 480 son del área de ciencias sociales y humanidades; cuando se compara este dato con países como España (13 mil 62 científicos sociales), Brasil (13 mil 936) y Canadá (14 mil 332), se puede decir que el país presenta un rezago importante en la formación de personal con posgrado, en ciencias sociales, mismo que es la base de la investigación. Los números alertan más cuando se tiene que, en general, en México se forman alrededor de mil doctores al año, pero el déficit de titulados del mismo grado es preocupante, a decir de la Subsecretaría de Educación Superior.
Inmersas en este panorama, las ciencias sociales caminan por el pragmatismo, a través de los temas de moda, tal vez para acceder a la poca repartición de recurso para la investigación; más aun cuando se está ante recortes en el presupuesto destinado a la educación y la ciencia.
Ante ello queda preguntar hoy día: ¿Qué es la ciencia? ¿Cuál es la función de las instituciones de nivel superior? Si concluimos que éstas deben generar solamente algo utilitario, entonces debemos olvidarnos de ese camino largo sugerido por Bunge, es decir, olvidarse de hacer teorías.
*Académico e Investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias sobre el Desarrollo Regional. Doctor por la Universidad de Barcelona, obtuvo el grado en el programa Los Primates y el Origen del Hombre.
"El fin de los teóricos. ¿Y en Tlaxcala dónde se forman los científicos sociales?"
Alberto Conde Flores
Artículo publicado en:
La Jornada de Oriente 21-10-2016