Dos de las características más destacables del mercado laboral mexicano son, por un lado, la pérdida de importancia del sector industrial, con sus consecuentes efectos en la terciarización del mercado laboral y, por el otro, vinculado a ello, la importancia alcanzada por el desempleo estructural y el empleo “no convencional” con el crecimiento del trabajo informal y la precarización del trabajo. No obstante, no hay un solo México, el factor común es la heterogeneidad económica y laboral. En términos del mercado laboral, podríamos argüir que las diversas regiones parecen conformar por lo menos dos países: uno moderno y relativamente integrado (constituido por los estados del norte, la capital y el centro), y el resto relativamente desarticulado de la dinámica económica nacional. El proceso de reestructuración económica, iniciado a comienzos de la década de 1980, con la adopción del modelo neoliberal, marcó un punto de inflexión, en ese sentido; e incidió en lo que podría denominarse una nueva reconfiguración espacial de la producción y de los mercados de trabajo, con consecuencias sobre los niveles de bienestar de la población y las familias.
A más de tres décadas de proclamarse el impulso de una política de desarrollo regional orientada a superar la concentración económica prevaleciente y la estructura de desigualdad interna del país, difícilmente puede hablarse de una reubicación industrial efectiva. La actividad económica sigue estando concentrada casi en un mismo núcleo territorial. El capital se ha resistido a separarse del gran mercado de consumo y de los beneficios en cuanto a infraestructura y capacidad instalada, que le representa y aporta la Ciudad de México y ciertos estados de la región centro. En este sentido, la situación de México, lejos del supuesto desarrollo creciente y socioespacial equilibrado, presenta una situación de desarrollo aún muy desigual, con una alta concentración de la población, no sólo diferenciada en términos de la ubicación, sino también con grandes disparidades de participación económica y social. Este es el marco en el que Tlaxcala impulsó una importante estrategia de transformación de su economía a partir de las décadas de 1970 y 1980, pero sin logros sustantivos en las tendencias de crecimiento económico, relativamente exiguas hasta entonces, y primordialmente basadas en actividades del sector artesanal y agrícola.
Ciertamente, la actividad industrial en Tlaxcala se remonta al siglo xvi; desde entonces basada en la producción textil y afines, gran parte de ella desarrollada en pequeños talleres artesanales, y muy articulada a la producción campesina para el autoconsumo y el mercado local; pero a pesar de ello, la entidad no participó activamente del proceso de industrialización acelerada de comienzos de la década de 1940, impulsado por la clase capitalista nacional con el apoyo del Estado, en su modalidad de interventor directo. Los esfuerzos de la entidad en este sentido, que dieron lugar a los primeros corredores industriales en la década de 1950 y a la política de industrialización impulsada desde el gobierno federal y estatal a mediados de la década de 1960, tuvieron alcances inmediatos limitados, con poco dinamismo e impacto en la generación de empleo, por lo menos hasta mediados de la década de 1970 y comienzos de la de 1980. Con anterioridad a 1970, como señala Mario Ramírez Rancaño (Tlaxcala, Centro de Investigaciones en Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México, 1992), “Tlaxcala resultaba reticente a la industrialización”, y las pocas industrias que existían estaban orientadas a la producción textil, con escasa vinculación con el resto de una economía estatal predominantemente agrícola. Al carecerse de un sector empresarial autónomo, el logro posterior provino esencialmente de la inversión de capitales foráneos.
El tardío “despegue” e incorporación de la entidad a la dinámica capitalista nacional, tuvo poco efecto sobre la estructura de producción dominada por la agricultura de subsistencia y autoconsumo y la industria textil artesanal basada en la pequeña empresa familiar articulada al mercado local; pero además, dada la débil capacidad para generar un sector manufacturero importante con una masa ampliada de trabajadores asalariados, o sea generar un auténtico proceso de proletarización, con la persistencia de un sector semi proletarizado pauperizado, una mezcla de campesino–artesano–proletario, vinculado a la producción tradicional, que tuvo –y tiene aún– obvias consecuencias en la incidencia del empleo informal, una de las características sobresalientes del mercado de trabajo mexicano, marcadamente acentuada en Tlaxcala. Al respecto, cabría argumentar que el proceso de industrialización desfasado de la entidad con sus consecuencias adversas en la generación de una amplia clase obrera no representó un obstáculo, sino una ventaja que el “nuevo modelo” de capitalización neoliberal adecuó rápidamente a sus exigencias de capitalización flexible, lo que no sólo permite explicar la subsistencia ampliada del autoempleo informal, sino, además, mantener una de las peores estructuras de ingreso salarial entre las entidades del país.
A nivel nacional, el modelo de desarrollo capitalista implicó un proceso de redistribución y reubicación importante de la fuerza de trabajo; no sólo en términos de movilidad territorial, sino –y especialmente– de un rápido desplazamiento de la fuerza de trabajo del sector primario al secundario y, posteriormente, con inusitado crecimiento, al sector terciario, caracterizado por su mayor heterogeneidad y facilidad de acceso. En la entidad, no obstante el impacto momentáneo que tuvo el proceso incipiente de industrialización, su efecto a largo plazo ha sido relativamente “discreto”. En 1980 la población trabajadora en el sector industrial alcanzaba 25.4 por ciento de los ocupados, mismo nivel que mantuvo en 2005 y 2015, 35 años después; mientras que la caída en el sector primario fue compensada por un rápido crecimiento del sector terciario, que entre 2005 y 2015 pasó de concentrar 47.1 a 51.6 por ciento de los ocupados. Cabe igualmente destacar que, en cuanto a la posición en la ocupación, el impacto sobre el trabajo por cuenta propia ha sido limitado, al pasar de 24.2 por ciento de los ocupados en 2005 a 22.2 por ciento en 2015; dentro de dicho sector de ocupación, con una importante caída de trabajadores por cuenta propia vinculados al sector agropecuario, de 30.4 a 22.2 por ciento de los ocupados; pero con un ligero incremento en dicho periodo, de 15.7 a 16.2 por ciento, de los cuenta propia pertenecientes a la industria manufacturera.
Otra de las características del mercado laboral de Tlaxcala es su lenta capacidad para generar empleo; al ser uno de los estados con mayores tasas de desempleo, informalidad laboral y precariedad salarial, y una muy limitada cobertura de prestaciones laborales y seguridad social, su situación es laboralmente dramática. Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) (Inegi, 2015), mientras la tasa de desocupación nacional fue de 4.2 por ciento, la de Tlaxcala fue de 5.1 por ciento, sólo precedida por el Distrito Federal, el Estado de México y Tabasco. En otro orden, Tlaxcala está entre las entidades de mayor informalidad laboral, con una tasa de 71 por ciento en 2015, lejos de la media nacional, de 58.2 por ciento, sólo precedida por Hidalgo, Puebla, Chiapas, Oaxaca y Guerrero; en 2014, la entidad mostró uno de los niveles más altos de precariedad salarial, con 21.3 por ciento de los ocupados con apenas un salario mínimo, muy superior al 13.3 por ciento de la media nacional, precedida sólo por Chiapas; indicador que indirectamente refiere al nivel de ingreso mínimo requerido para solventar las necesidades básicas de manutención, sin considerar el costo real de la canasta básica, con una modesta mejoría en 2015, al descender a 19.1 por ciento –quizá impactada por la política reciente de regulación de dicho sector, orientada a la ampliación de la base impositiva de trabajadores asalariados–, pero aún por debajo de Chiapas (gráfica 1). Al respecto, cabría enfatizar que Tlaxcala mantiene una de las peores estructuras de ingreso, con un ingreso promedio de la población ocupada sólo superior a los de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, según datos de la ENOE 2015.
Las circunstancias expuestas, no necesariamente únicas y propias de Tlaxcala, contribuyen a describir y explicar las particularidades de su estructura económica, el modelo laboral articulado a ella y, particularmente, el peso relativo alcanzado por el trabajo de autoempleo informal. En la entidad, el impacto de la industrialización y la consecuente proletarización de la clase trabajadora se dieron tarde, relativamente desfasados de la dinámica del desarrollo capitalista nacional; acontecieron, además, en un periodo relativamente corto; pero lo más importante y, en cierto modo paradójico, es que coincidió justamente con el agotamiento del llamado “modelo de sustitución de importaciones” y la adopción o entrada directa al modelo económico y político neoliberal. Lo anterior no implica que la creciente informalidad derive de las distorsiones del modelo económico dada la industrialización tardía; por el contrario, es resultado de las formas de inserción de dicha economía al modelo neoliberal, desregulador y flexible, en circunstancias de existencia de una débil clase obrera, y la manera en que recreó e incitó los procesos de subcontratación y maquila domiciliaria y la producción en establecimientos microindustriales a la “nueva” economía.
¿Por qué lo tortuoso de este “despegue”? Las consecuencias de este “modelo” son que, en este caso, la absorción de mano de obra por parte de la industria es más limitada, con alta exclusión y reserva de trabajadores, con las consecuencias directas sobre los niveles de salario y sobre la calidad de los puestos de trabajo. Nada sorprende al respecto, dadas las características propias del proceso de industrialización y la modalidad sui generis de inserción al modelo neoliberal. Lo anterior, que podría aparecer como resultado de los desajustes o distorsiones del modelo neoliberal acogido, no significa que funcione mal; sino, al contrario, que funciona demasiado bien conforme a los lineamientos de la “política económica” y las exigencias de una mayor capitalización por parte de las clases capitalistas. El proceso de desconcentración del capital, con todas sus implicaciones, a la postre profundizó las desigualdades territoriales y sociales. Esta tendencia, no circunstancial, corresponde en todo caso con la manera en que el capitalismo gestiona la incorporación, explotación y uso de la fuerza de trabajo, aprovechando las ventajas competitivas de abaratamiento de los costos de la mano de obra, especialmente en circunstancias limitadas de desarrollo tecnológico.
Articulo publicado en:
"Modelo laboral, autoempleo informal y precariedad salarial en Tlaxcala"
Por Dídimo Castillo Fernández
La Jornada de Oriente 15-04-2016